¿Y si una mañana de domingo te despiertas y te notas cambiado? Lo achacas a la resaca, pero el sol que se filtra por la persiana, te está quemando la muñeca. No tienes hambre y notas unos colmillos en los labios... ¿Te has convertido en vampiro? A partir de ese momento tu tranquila vida se convierte en una lucha entre la cordura y la incredulidad, en una montaña rusa en busca de respuestas y de esa persona que siempre has sentido como más que una amiga, y que ahora no encuentras: Valeria.
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jueves, 29 de mayo de 2014
martes, 27 de mayo de 2014
Valeria por el mundo (II)
Acabo de recibir otra postal de Valeria, de paseo por su mundo anaquelísitico. Veamos con quién se ha encontrado hoy...
Mmmm, pero si ni más ni menos que el nuevo tomo en grapa de Magia & Acero, del sinpar Jordi Bayarri... Hay que ver con quién te codeas, Valeria. Ayer Beowulf y hoy Magia & Acero...
En fin, pásalo bien en tu recorrido.
lunes, 26 de mayo de 2014
Valeria por el mundo
Sí, amigos, estrenamos sección. Valeria va caminando por el mundo –siendo su mundo las estanterías– y va haciendo amigos. Veamos desde que caluroso y paradisiaco anaquel nos manda una foto con algún lugareño.
¡Vaya! Ni más ni menos que el asomobroso Beowulf de David Rubín y Santiago García.
Muy bien, Valeria, te codeas con buena gen... libros.
¡Sigue mandándonos fotos!
martes, 13 de mayo de 2014
Valeria a la venta en papel
Ya podéis haceros con un ejemplar físico de Valeria, la novela de vampiros ambientada en Logroño.
Pinchad aquí.
viernes, 2 de diciembre de 2011
Un extracto del capítulo 2
No recordaba que nadie me hubiera mordido, ni ofrecido su sangre. Ahora que conozco, que recuerdo, la verdad, sé que está comprobado que el contacto con la saliva de un transformado poderoso puede acelerar o incluso provocar el “cambio”. Pero esa vía la descarté ya que, por muy poderoso que sea el transformado, debe darse un contacto constante con este y durante un periodo continuado en el tiempo, cosa que no pudo ocurrir en el momento de mi transformación al no haber mantenido yo relación de ningún tipo con nadie.
De lo que estaba seguro era de que me creó una mujer pues mis preferencias son heterosexuales y ni el más hábil de los transformados varones podría seducirme hasta tal punto.
Lo que sí recuerdo es que el domingo desperté en mi cama sintiendo mucho calor. El sol se filtraba por las rendijas de la persiana y estaba tostando, literalmente, mi muñeca. No sé qué habría podido pasar si no hubiera despertado. También recuerdo que tenía la peor resaca de mi vida y que al dirigirme hacia la persiana para bajarla del todo acabé con los ojos totalmente cubiertos de lágrimas. Tal era el escozor que me producía la luz. Intenté buscar una explicación mientras me tomaba un ibuprofeno para calmar el terrible dolor de cabeza que me martilleaba.
“Esto no es una resaca”, recuerdo que pensé. “Además, ayer apenas bebí… ¿Qué bebí?” No recordaba la noche anterior. Ni siquiera dónde estuve. De repente me asaltaron fragmentos de la noche pasada en mi mente. Como fogonazos. Como si alguien proyectara secuencias de una película en mi mente. Ahí estábamos Ignacio, Amelia, Diana y yo, cenando en un restaurante chino. Rollitos, arroz tres delicias, cerdo agridulce… “¿Sería que algo del chino me sentó mal?” Me miré la muñeca. Era imposible que una intoxicación me dejara una marca así, como de bronceado, sólo en la muñeca, y que me quemara tanto.
Por desgracia, los fragmentos de la película acababan justo después de la cena, cuando íbamos hacia la zona de los bares de copas en La Mayor. ¿Después de eso qué? Todo borroso. Peor, todo negro.
No podía dejar de pensar en la muñeca. Me dolía. Aquello era increíble.
Sin dejar de buscar una explicación a estos dos fenómenos fui a la cocina para prepararme un tazón de leche y unos cereales, lo que venía siendo mi desayuno últimamente. Al llevarme la cuchara a la boca, sentí dos puntos de dolor bajo el labio superior. Un dolor como no lo había sentido nunca. Como dos pinchazos o como dos quemaduras o como si me clavaran dos alfileres. El café estaba templado por lo que no podía haber sido culpa suya. Rápidamente fui al espejo el baño y me levanté el labio. Lo que vi me aceleró el pulso. Tenía dos cortes, dos incisiones limpias a mitad del labio. Casi se correspondía con los incisivos. No sangraban ni supuraban ni tenían aspecto de infección. Toqué una de ellas con el dedo y sentí un escozor abrasador. Toqué con miedo la otra, y lo mismo. Dolor, quemazón…
Decidí llamar a Ignacio. Por un lado porque era dentista y quería que viera esos cortes cuanto antes, y por otro porque quería saber qué pasó la noche anterior.
Fui corriendo a por el móvil y tras una eternidad por fin cogió el teléfono:
-¿Aloooooo? ¿Qué pacha, nen? ¿Un domingo a estas horas? ¿Estás bien?-bromeó-.
-Pues no lo sé, tío. No.
-¿Qué te pasa?-cambió ya a un tono más serio-.
-Ayer después de cenar ¿a donde fuimos?
-¿Estás tonto o qué?
-En serio, que no me acuerdo de nada, tío.
-¿Pero me lo dices en serio? Mira que a ti ya no te creo nada.
-Que sí, joder.
-Pues sí que te pusiste ciego entonces… A ver, pues como somos tan originales fuimos donde siempre: primero al Menhir y luego a la Musa.
-¿Y ya está?-pregunté ansioso-.
-Bueno, tío, no sé. Amelia y yo nos fuimos a la una a casa y os quedasteis Diana, Valeria y tú con Roberto y Fran que llegaron más tarde.
-¿Y qué bebí yo?
-Joder, macho, estás fino, ¿eh? ¡Y yo que sé qué bebiste!
-Pero más o menos… ¿Mucho, poco…?
-Como siempre, creo… o incluso menos. ¿No te acuerdas de nada?-con incredulidad manifiesta-.
-No me acuerdo de nada, tío. Después del chino es que no recuerdo nada. Y además necesito verte ahora mismo.
-¿Pues?
-Porque he notado como dos cortes en el labio que si los toco veo las estrellas.
-Bueno, pues pásate por aquí si quieres.
-Vale, tío. Ahora mismo me ducho y voy a para allá.
-Venga, hasta luego.
-Chao.
Al desnudarme para meterme en la ducha hice otro descubrimiento. En el brazo, en el hueco del codo, tenía otras dos marcas diminutas, apenas visibles, del mismo tamaño que las halladas bajo el labio. “Esto ya es preocupante”. Examiné todo mi cuerpo buscando alguna otra marca o anomalía sin encontrar ninguna.
Me duché velozmente, me vestí, me puse las gafas de sol y salí a la calle. Pensaba que el sol me podría hacer algún daño visto lo sucedido a mi muñeca, pero no fue así. Cogí el coche y conduje hacia la casa de Ignacio.
A Ignacio lo conocí en COU, y desde entonces nos ha pasado de todo. Por algo es mi mejor amigo. Me conoce mejor que yo mismo, aunque hay cosas que no le cuento a él y prefiero contarle a Valeria.
Lo cierto es que con el paso del tiempo, el crecer, la vida en pareja y las responsabilidades no nos vemos como antes, con la frecuencia que quisiéramos. Claro que esto se hace extensible a toda la cuadrilla en general. Con 31 años ya no te parece que tengas toda la vida por delante y hay muy poco tiempo libre para uno mismo y para los demás.
Por eso es muy raro vernos entre semana. Supongo que como el resto de cuadrillas del mundo, nuestras quedadas se limitan a los fines de semana.
Normalmente cuando iba a su casa lo hacía andando, pero ahora tenía bastante prisa y en menos de diez minutos, tras haber encontrado un sitio para aparcar casi al lado de su portal, ya estaba llamando al portero automático. Me abrió sin contestar. Subí las escaleras y, aunque la puerta de entrada estaba abierta di dos golpecitos para avisar de mi presencia.
-¿Hola?
-Pasa, pasa –me gritó Ignacio-. Ven al salón, que estoy viendo la Fórmula 1.
Cerré la puerta y fui al salón. Ahí estaba Ignacio, sentado en el sofá, con un bañador del año la pera, absorto en las imágenes que sobre una pantalla enorme emitía un proyector.
-Se acaba de pegar una hostia Hamilton.
-Bien, que se joda –contesté-.
A mi la Fórmula 1 me aburre soberanamente. Y las motos, y el ciclismo. Soporto el futbol pero cuando son partidos importantes: un Barsa-Madrid, por ejemplo, o alguno de la selección pero oficial, no amistoso.
-¿Amelia?-pregunté-.
-Abajo, en la piscina, con Ruth.
-Anda, deja un poco la tele y mírame la boca –ordené-.
-Espera, espera un poco –dijo sin despegar la vista del proyector-.
-Ignacio, no puedo esperar, creo que es grave.
-¡Ay, pero qué agonías serás siempre, por Dios!- quitó el sonido con el mando a distancia y me hizo seguirle- Vamos al baño que hay mejor luz.
Le seguí. Me senté en un banco que me indicó y dirigió un foco hacia mi boca.
-A ver, ¿qué te pasa?
-Es justo en el labio. Bajo el labio superior. ¿Lo ves? Como dos cortes…
-Sí, lo veo. Es muy raro, pero no creo que sea grave. Son simétricos.-Cogió un bastoncillo y tocó una de las incisiones-.
-¡Aaaaaah, duele!
-¿Mucho?
-Sí, aunque menos que esta mañana, pero aún así es mucho.
martes, 28 de junio de 2011
Prólogo
… realmente no importa precisar el momento (pues el tiempo no transcurre igual para todos los seres y puede llegar a ser, con más frecuencia de la que se cree, demasiado relativo). Sólo alguien que permaneciera muy atento, podría distinguir las extrañas siluetas que, en el pilar más alto con forma de “T”-unos nueve metros- del círculo de piedras megalíticas de Gobekli Tepe[1], parecían hablar. Una de ellas, se hallaba sentada, con las piernas colgando sobre dicho pilar. La otra, recién llegada, avanzaba hacia la primera.
-Samael – llamó mientras caminaba.
-Vurdal, me he apartado para estar sólo y reflexionar.
-Sé que meditáis hacer algo, mi Señor. Siempre tenéis algo en mente.
-Tan solo estoy pensando. Y ya no respondo a ese nombre.
-Lo siento, mi Señor. Me cuesta acostumbrarme a vuestro nuevo nombre.
-Dime qué deseas, Vurdal. Y después márchate.
-Desde hace tiempo os veo triste y taciturno y desearía poder consolaros de alguna forma.
-¿Por eso adoptas forma de hembra humana? No encontraré consuelo así,… He estado muy ciego. Creí que me rebelaba, y que esa decisión había nacido de mi interior, de mi propia voluntad. Me ofreció un reino que gobernar, lejos de Su alcance, y yo caí, como un niño al que enseñan un caramelo. Me engañó, Vurdal. ¿Te das cuenta? Me ha convertido en su contrario, su negativo, y ahora entiendo que formaba parte de Su plan.
-¿Y qué pensáis hacer?
-Todavía no lo he decidido, pero sé lo que no voy a hacer. No pienso volver a su lado, aunque tampoco creo que me lo permitiera jamás. Si el plan era que gobernara ese reino para Él, renuncio a tal trono.
-Pero Señor, no podéis hacer eso.
Una sombra oscureció los ojos de Samael y desató su ira. El cielo, despejado hasta ese momento, se tornó nublado y rojo oscuro:
-¡Puedo, Vurdal! ¡No te atrevas a decir lo que puedo o no puedo hacer! Durante miles y miles de años he tenido que soportar infamias y habladurías. Como si tuviera algún interés personal en obligarles a hacer lo que no se atreven a hacer. Excusándose en mí. Como si yo fuera por ahí comprando almas que ni quiero ni necesito y que sólo a ellos pertenecen. “El diablo me obligó, el diablo me obligó”, dicen. ¡Nunca he obligado a hacer nada a nadie. Nunca! De no ser por mí ni siquiera tendrían su tan preciado libre albedrío. Pero además, si no me hubiera rebelado yo, otro hermano lo habría hecho.
-Así que he tomado una decisión-siguió-. Cerraré el infierno.
-Pero…, Señor,… ¿qué pasará con todos los condenados?
-¡¿Cuantos años más deben seguir sufriendo?! ¡Ya han pagado con creces por los crímenes que cometieron hace siglos! Libéralos y que vayan donde quieran, pero que se vayan. Ha de quedar completamente vacío. Cierra todas las puertas y dame la llave. Cuando vuelva, también tú serás libre de seguir tu camino.
-Mi Señor Lucifer, quiero ir con vos donde vayáis –contestó Vurdal-.
-Donde voy sólo puedo ir sólo. Me has servido voluntariamente pero ya es hora de separarnos.
La resignación se mostró en el rostro de Vurdal. Tras una pausa volvió a hablar, esta vez con una fingida timidez.
-Sé que es mucho pedir, Señor, pero… ¿podríais crearme un mundo? ¿Uno sólo para mí? Aunque no sea muy grande…
-No- contestó Lucifer con autoridad, aunque amistosamente también-. No puedo hacerte eso. Sería más un castigo que un premio. Pero te concedo poder crear tu propia estirpe si decides vivir entre los humanos.
-Gracias, mi Señor – respondió Vurdal animada.
-Ahora ve a cumplir mis últimas órdenes.
Dicho esto, Vurdal extendió sus blancas alas y las batió hasta que desapareció de la vista por un cielo que, lentamente, volvía a despejarse y recuperaba su color.
[1] Considerado el lugar de culto religioso más antiguo del mundo. Situado en Turquía casi en la frontera con Siria, es una construcción circular con unas 200 columnas gigantescas dispuestas en anillos y cuya datación se calcula en el 10.000 A.C.
Algunos estudiosos lo identifican con el mismo Edén.
Fue deliberadamente enterrada.
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