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viernes, 2 de diciembre de 2011

Un extracto del capítulo 2

No recordaba que nadie me hubiera mordido, ni ofrecido su sangre. Ahora que conozco, que recuerdo, la verdad, sé que está comprobado que el contacto con la saliva de un transformado poderoso puede acelerar o incluso provocar el “cambio”. Pero esa vía la descarté ya que, por muy poderoso que sea el transformado, debe darse un contacto constante con este y durante un periodo continuado en el tiempo, cosa que no pudo ocurrir en el momento de mi transformación al no haber mantenido yo relación de ningún tipo con nadie.

De lo que estaba seguro era de que me creó una mujer pues mis preferencias son heterosexuales y ni el más hábil de los transformados varones podría seducirme hasta tal punto.

Lo que sí recuerdo es que el domingo desperté en mi cama sintiendo mucho calor. El sol se filtraba por las rendijas de la persiana y estaba tostando, literalmente, mi muñeca. No sé qué habría podido pasar si no hubiera despertado. También recuerdo que tenía la peor resaca de mi vida y que al dirigirme hacia la persiana para bajarla del todo acabé con los ojos totalmente cubiertos de lágrimas. Tal era el escozor que me producía la luz. Intenté buscar una explicación mientras me tomaba un ibuprofeno para calmar el terrible dolor de cabeza que me martilleaba.
“Esto no es una resaca”, recuerdo que pensé. “Además, ayer apenas bebí… ¿Qué bebí?” No recordaba la noche anterior. Ni siquiera dónde estuve. De repente me asaltaron fragmentos de la noche pasada en mi mente. Como fogonazos. Como si alguien proyectara secuencias de una película en mi mente. Ahí estábamos Ignacio, Amelia, Diana y yo, cenando en un restaurante chino. Rollitos, arroz tres delicias, cerdo agridulce… “¿Sería que algo del chino me sentó mal?” Me miré la muñeca. Era imposible que una intoxicación me dejara una marca así, como de bronceado, sólo en la muñeca, y que me quemara tanto.
Por desgracia, los fragmentos de la película acababan justo después de la cena, cuando íbamos hacia la zona de los bares de copas en La Mayor. ¿Después de eso qué? Todo borroso. Peor, todo negro.
No podía dejar de pensar en la muñeca. Me dolía. Aquello era increíble.
Sin dejar de buscar una explicación a estos dos fenómenos fui a la cocina para prepararme un tazón de leche y unos cereales, lo que venía siendo mi desayuno últimamente. Al llevarme la cuchara a la boca, sentí dos puntos de dolor bajo el labio superior. Un dolor como no lo  había sentido nunca. Como dos pinchazos o  como dos quemaduras o como si me clavaran dos alfileres. El café estaba templado por lo que no podía haber sido culpa suya. Rápidamente fui al espejo el baño y me levanté el labio. Lo que vi me aceleró el pulso. Tenía dos cortes, dos incisiones limpias a mitad del labio. Casi se correspondía con los incisivos. No sangraban ni supuraban ni tenían aspecto de infección. Toqué una de ellas con el dedo y sentí un escozor abrasador. Toqué con miedo la otra, y lo mismo. Dolor, quemazón…
Decidí llamar a Ignacio. Por un lado porque era dentista y quería que viera esos cortes cuanto antes, y por otro porque quería saber qué pasó la noche anterior.
Fui corriendo a por el móvil y tras una eternidad por fin cogió el teléfono:
-¿Aloooooo? ¿Qué pacha, nen? ¿Un domingo a estas horas? ¿Estás bien?-bromeó-.
-Pues no lo sé, tío. No.
-¿Qué te pasa?-cambió ya a un tono más serio-.
-Ayer después de cenar ¿a donde fuimos?
-¿Estás tonto o qué?
-En serio, que no me acuerdo de nada, tío.
-¿Pero me lo dices en serio? Mira que a ti ya no te creo nada.
-Que sí, joder.
-Pues sí que te pusiste ciego entonces… A ver, pues como somos tan originales fuimos donde siempre: primero al Menhir y luego a la Musa.
-¿Y ya está?-pregunté ansioso-.
-Bueno, tío, no sé. Amelia y yo nos fuimos a la una a casa y os quedasteis Diana, Valeria y tú con Roberto y Fran que llegaron más tarde.
-¿Y qué bebí yo?
-Joder, macho, estás fino, ¿eh? ¡Y yo que sé qué bebiste!
-Pero más o menos… ¿Mucho, poco…?
-Como siempre, creo… o incluso menos. ¿No te acuerdas de nada?-con incredulidad manifiesta-.
-No me acuerdo de nada, tío. Después del chino es que no recuerdo nada. Y además necesito verte ahora mismo.
-¿Pues?
-Porque he notado como dos cortes en el labio que si los toco veo las estrellas.
-Bueno, pues pásate por aquí si quieres.
-Vale, tío. Ahora mismo me ducho y voy a para allá.
-Venga, hasta luego.
-Chao.

Al desnudarme para meterme en la ducha hice otro descubrimiento. En el brazo, en el hueco del codo, tenía otras dos marcas diminutas, apenas visibles, del mismo tamaño que las halladas bajo el labio. “Esto ya es preocupante”. Examiné todo mi cuerpo buscando alguna otra marca o anomalía sin encontrar ninguna.
Me duché velozmente, me vestí, me puse las gafas de sol y salí a la calle. Pensaba que el sol me podría hacer algún daño visto lo sucedido a mi muñeca, pero no fue así. Cogí el coche y conduje hacia la casa de Ignacio.

A Ignacio lo conocí en COU, y desde entonces nos ha pasado de todo. Por algo es mi mejor amigo. Me conoce mejor que yo mismo, aunque hay cosas que no le cuento a él y prefiero contarle a Valeria.
Lo cierto es que con el paso del tiempo, el crecer, la vida en pareja y las responsabilidades no nos vemos como antes, con la frecuencia que quisiéramos. Claro que esto se hace extensible a toda la cuadrilla en general. Con 31 años ya no te parece que tengas toda la vida por delante y hay muy poco tiempo libre para uno mismo y para los demás.
Por eso es muy raro vernos entre semana. Supongo que como el resto de cuadrillas del mundo, nuestras quedadas se limitan a los fines de semana.

Normalmente cuando iba a su casa lo hacía andando, pero ahora tenía bastante prisa y en menos de diez minutos, tras haber encontrado un sitio para aparcar casi al lado de su portal, ya estaba llamando al portero automático. Me abrió sin contestar. Subí las escaleras y, aunque la puerta de entrada estaba abierta di dos golpecitos para avisar de mi presencia.
-¿Hola?
-Pasa, pasa –me gritó Ignacio-. Ven al salón, que estoy viendo la Fórmula 1.
Cerré la puerta y fui al salón. Ahí estaba Ignacio, sentado en el sofá, con un bañador del año la pera, absorto en las imágenes que sobre una pantalla enorme emitía un proyector.
-Se acaba de pegar una hostia Hamilton.
-Bien, que se joda –contesté-.
A mi la Fórmula 1 me aburre soberanamente. Y las motos, y el ciclismo. Soporto el futbol pero cuando son partidos importantes: un Barsa-Madrid, por ejemplo, o alguno de la selección pero oficial, no amistoso.
-¿Amelia?-pregunté-.
-Abajo, en la piscina, con Ruth.
-Anda, deja un poco la tele y mírame la boca –ordené-.
-Espera, espera un poco –dijo sin despegar la vista del proyector-.
-Ignacio, no puedo esperar, creo que es grave.
-¡Ay, pero qué agonías serás siempre, por Dios!- quitó el sonido con el mando a distancia y me hizo seguirle- Vamos al baño que hay mejor luz.
Le seguí. Me senté en un banco que me indicó y dirigió un foco hacia mi boca.

-A ver, ¿qué te pasa?
-Es justo en el labio. Bajo  el labio superior. ¿Lo ves? Como dos cortes…
-Sí, lo veo. Es muy raro, pero no creo que sea grave. Son simétricos.-Cogió un bastoncillo y tocó una de las incisiones-.
-¡Aaaaaah, duele!
-¿Mucho?
-Sí, aunque menos que esta mañana, pero aún así es mucho.

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