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martes, 28 de junio de 2011

Prólogo

… realmente no importa precisar el momento (pues el tiempo no transcurre igual para todos los seres y puede llegar a ser, con más frecuencia de la que se cree, demasiado relativo). Sólo alguien que permaneciera muy atento, podría distinguir las extrañas siluetas que, en el pilar más alto con forma de “T”-unos nueve metros- del círculo de piedras megalíticas de Gobekli Tepe[1], parecían hablar. Una de ellas, se hallaba sentada, con las piernas colgando sobre dicho pilar. La otra, recién llegada, avanzaba hacia la primera.

-Samael – llamó mientras caminaba.
-Vurdal, me he apartado para estar sólo y reflexionar.
-Sé que meditáis hacer algo, mi Señor.  Siempre tenéis algo en mente.
-Tan solo estoy pensando. Y ya no respondo a ese nombre.
-Lo siento, mi Señor. Me cuesta acostumbrarme a vuestro nuevo nombre.
-Dime qué deseas, Vurdal. Y después márchate.
-Desde hace tiempo os veo triste y taciturno y desearía poder consolaros de alguna forma.
-¿Por eso adoptas forma de hembra humana? No encontraré consuelo así,… He estado muy ciego. Creí que me rebelaba, y que esa decisión había nacido de mi interior, de mi propia voluntad. Me ofreció un reino que gobernar,  lejos de Su alcance, y yo caí, como un niño al que enseñan un caramelo. Me engañó, Vurdal. ¿Te das cuenta? Me ha convertido en su contrario, su negativo, y ahora entiendo que formaba parte de Su plan.
-¿Y qué pensáis hacer?
-Todavía no lo he decidido, pero sé lo que no voy a hacer. No pienso volver a su lado, aunque tampoco creo que me lo permitiera jamás. Si el plan era que gobernara ese reino para Él, renuncio a tal trono.
-Pero Señor, no podéis hacer eso.
Una sombra oscureció los ojos de Samael y desató su ira. El cielo, despejado hasta ese momento, se tornó nublado y rojo oscuro:
-¡Puedo, Vurdal! ¡No te atrevas a decir lo que puedo o no puedo hacer! Durante miles y miles de años he tenido que soportar infamias y habladurías. Como si tuviera algún interés personal en obligarles a hacer lo que no se atreven a hacer. Excusándose en mí. Como si yo fuera por ahí comprando almas que ni quiero ni necesito y que sólo a ellos pertenecen. “El diablo me obligó, el diablo me obligó”, dicen. ¡Nunca he obligado a hacer nada a nadie. Nunca! De no ser por mí ni siquiera tendrían su tan preciado libre albedrío. Pero además, si no me hubiera rebelado yo, otro hermano lo habría hecho.
-Así que he tomado una decisión-siguió-. Cerraré el infierno.
-Pero…,  Señor,… ¿qué pasará con todos los condenados?
-¡¿Cuantos años más deben seguir sufriendo?! ¡Ya han pagado con creces por los crímenes que cometieron hace siglos! Libéralos y que vayan donde quieran, pero que se vayan. Ha de quedar completamente vacío. Cierra todas las puertas y dame la llave. Cuando vuelva, también tú serás libre de seguir tu camino.
-Mi Señor Lucifer, quiero ir con vos donde vayáis –contestó Vurdal-.
-Donde voy sólo puedo ir sólo. Me has servido voluntariamente pero ya es hora de separarnos.
La resignación se mostró en el rostro de Vurdal. Tras una pausa volvió a hablar, esta vez con una fingida timidez.
-Sé que es mucho pedir, Señor, pero… ¿podríais crearme un mundo? ¿Uno sólo para mí?  Aunque no sea muy grande…
-No- contestó Lucifer con autoridad, aunque amistosamente también-. No puedo hacerte eso. Sería más un castigo que un premio. Pero te concedo poder crear tu propia estirpe si decides vivir entre los humanos.
-Gracias, mi Señor – respondió Vurdal animada.
-Ahora ve a cumplir mis últimas órdenes.
Dicho esto, Vurdal extendió sus blancas alas y las batió hasta que desapareció de la vista por un cielo que, lentamente, volvía a despejarse y recuperaba su color.


[1] Considerado el lugar de culto religioso más antiguo del mundo. Situado en Turquía casi en la frontera con Siria, es una construcción circular con unas 200 columnas gigantescas dispuestas en anillos y cuya datación se calcula en el 10.000 A.C.
Algunos estudiosos lo identifican con el mismo Edén.
Fue deliberadamente enterrada.


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